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miércoles, 21 de diciembre de 2011

NAVIDAD 2012. "¿Dónde está mi cabeza?"

Fecha de corrección en clase: 12 de enero de 2012.
Son ejercicios obligatorios. Para hacerlos medianamente bien le tendréis que dedicar un poco de vuestro precioso tiempo.

¿Dónde está mi cabeza?, de Benito Pérez Galdós

- I -
Antes de despertar, se apareció a mi espíritu el horrible caso en forma de angustiosa sospecha, como una tristeza hondísima, farsa cruel de mis endiablados nervios que suelen desmandarse con trágico humorismo. Desperté; no osaba moverme; no tenía valor para reconocerme y pedir a los sentidos la certificación material de lo que ya tenía en mi alma todo el valor del conocimiento... Por fin, más pudo la curiosidad que el terror; alargué mi mano, me toqué, palpé... Imposible exponer mi angustia cuando pasé la mano de un hombro a otro sin tropezar en nada... El espanto me impedía tocar la parte, no diré dolorida, pues no sentía dolor alguno... la parte que aquella increíble mutilación dejaba al descubierto... Por fin, apliqué mis dedos a la vértebra cortada como un troncho de col; palpé los músculos, los tendones, los coágulos de sangre, todo seco, insensible, tendiendo a endurecerse ya, como espesa papilla que al contacto del aire se acartona... Metí el dedo en la tráquea; tosí... lo metí también en el esófago, que funcionó automáticamente queriendo tragármelo... recorrí el circuito de piel de afilado borde... Nada, no cabía dudar ya. El infalible tacto daba fe de aquel horroroso, inaudito hecho. Yo, yo mismo, reconociéndome vivo, pensante, y hasta en perfecto estado de salud física, no tenía cabeza.
- II -
Largo rato estuve inmóvil, divagando en penosas imaginaciones. Mi mente, después de juguetear con todas las ideas posibles, empezó a fijarse en las causas de mi decapitación. ¿Había sido degollado durante la noche por mano de verdugo? Mis nervios no guardaban reminiscencia del cortante filo de la cuchilla. Busqué en ellos algún rastro de escalofrío tremendo y fugaz, y no lo encontré. Sin duda mi cabeza había sido separada del tronco por medio de una preparación anatómica desconocida, y el caso era de robo más que de asesinato; una sustracción alevosa, consumada por manos hábiles, que me sorprendieron indefenso, solo y profundamente dormido.
En mi pena y turbación, centellas de esperanza iluminaban a ratos mi ser… Instintivamente me incorporé en el lecho; miré a todos lados, creyendo encontrar sobre la mesa de noche, en alguna silla, en el suelo, lo que en rigor de verdad anatómica debía estar sobre mis hombros, y nada... no la vi. Hasta me aventuré a mirar debajo de la cama... y tampoco. Confusión igual no tuve en mi vida, ni creo que hombre alguno en semejante perplejidad se haya visto nunca. El asombro era en mí tan grande como el terror.
No sé cuánto tiempo pasé en aquella turbación muda y ansiosa. Por fin, se me impuso la necesidad de llamar, de reunir en torno mío los cuidados domésticos, la amistad, la ciencia. Lo deseaba y lo temía, y el pensar en la estupefacción de mi criado cuando me viese, aumentaba extraordinariamente mi ansiedad.
Pero no había más remedio: llamé... Contra lo que yo esperaba, mi ayuda de cámara no se asombró tanto como yo creía. Nos miramos un rato en silencio.
-Ya ves, Pepe -le dije, procurando que el tono de mi voz atenuase la gravedad de lo que decía-; ya lo ves, no tengo cabeza.
El pobre viejo me miró con lástima silenciosa; me miró mucho, como expresando lo irremediable de mi tribulación.
Cuando se apartó de mí, llamado por sus quehaceres, me sentí tan solo, tan abandonado, que le volví a llamar en tono quejumbroso y aun huraño, diciéndole con cierta acritud:
-Ya podréis ver si está en alguna parte, en el gabinete, en la sala, en la biblioteca... No se os ocurre nada.
A poco volvió José, y con su afligida cara y su gesto de inmenso desaliento, sin emplear palabra alguna, díjome que mi cabeza no parecía.
- III -
La mañana avanzaba, y decidí levantarme. Mientras me vestía, la esperanza volvió a sonreír dentro de mí.
-¡Ah! -pensé- de fijo que mi cabeza está en mi despacho... ¡Vaya, que no habérseme ocurrido antes!... ¡qué cabeza! Anoche estuve trabajando hasta hora muy avanzada... ¿En qué? No puedo recordarlo fácilmente; pero ello debió de ser mi Discurso-memoria sobre la Aritmética filosófico-social, o sea, Reducción a fórmulas numéricas de todas las ciencias metafísicas. Recuerdo haber escrito diez y ocho veces un párrafo de inaudita profundidad, no logrando en ninguna de ellas expresar con fidelidad mi pensamiento. Llegué a sentir horriblemente caldeada la región cerebral. Las ideas, hirvientes, se me salían por ojos y oídos, estallando como burbujas de aire, y llegué a sentir un ardor irresistible, una obstrucción congestiva que me inquietaron sobremanera...
Y enlazando estas impresiones, vine a recordar claramente un hecho que llevó la tranquilidad a mi alma. A eso de las tres de la madrugada, horriblemente molestado por el ardor de mi cerebro y no consiguiendo atenuarlo pasándome la mano por la calva, me cogí con ambas manos la cabeza, la fui ladeando poquito a poco, como quien saca un tapón muy apretado, y al fin, con ligerísimo escozor en el cuello... me la quité, y cuidadosamente la puse sobre la mesa. Sentí un gran alivio, y me acosté tan fresco.
- IV -
Este recuerdo me devolvió la tranquilidad. Sin acabar de vestirme, corrí al despacho. Casi, casi tocaban al techo los rimeros de libros y papeles que sobre la mesa había. ¡Montones de ciencia, pilas de erudición! Vi la lámpara ahumada, el tintero tan negro por fuera como por dentro, cuartillas mil llenas de números chiquirritines..., pero la cabeza no la vi.
Nueva ansiedad. La última esperanza era encontrarla en los cajones de la mesa. Bien pudo suceder que al guardar el enorme fárrago de apuntes, se quedase la cabeza entre ellos, como una hoja de papel secante o una cuartilla en blanco. Lo revolví todo, pasé hoja por hoja, y nada... ¡Tampoco allí!
Salí de mi despacho de puntillas, evitando el ruido, pues no quería que mi familia me sintiese. Me metí de nuevo en la cama, sumergiéndome en negras meditaciones. ¡Qué situación, qué conflicto! Por de pronto, ya no podría salir a la calle porque el asombro y horror de los transeúntes habían de ser nuevo suplicio para mí. En ninguna parte podía presentar mi decapitada personalidad. La burla en unos, la compasión en otros, la extrañeza en todos me atormentaría horriblemente. Ya no podría concluir mi Discurso-memoria sobre la Aritmética filosófico-social; ni aun podría tener el consuelo de leer en la Academia los voluminosos capítulos ya escritos de aquella importante obra. ¡Cómo era posible que me presentase ante mis dignos compañeros con mutilación tan lastimosa! ¡Ni cómo pretender que un cuerpo descabezado tuviera dignidad oratoria, ni representación literaria...! ¡Imposible! Era ya hombre acabado, perdido para siempre.
- V -
La desesperación me sugirió una idea salvadora: consultar al punto el caso con mi amigo el doctor Miquis, hombre de mucho saber a la moderna, médico filósofo, y, hasta cierto punto, sacerdotal, porque no hay otro para consolar a los enfermos cuando no puede curarlos o hacerles creer que sufren menos de lo que sufren.
La resolución de verle me alentó: me vestí a toda prisa. ¡Ay! ¡Qué impresión tan extraña, cuando al embozarme pasaba mi capa de un hombro a otro, tapando el cuello como servilleta en plato para que no caigan moscas! Y al salir de mi alcoba, cuya puerta, como de casa antigua, es de corta alzada, no tuve que inclinarme para salir, según costumbre de toda mi vida. Salí bien derecho, y aun sobraba un palmo de puerta.
Salí y volví a entrar para cerciorarme de la disminución de mi estatura, y en una de éstas, se redoblaron de tal modo mis ganas de mirarme al espejo, que ya no pude vencer la tentación, y me fui derecho hasta el armario de luna. Tres veces me acerqué y otras tantas me detuve, sin valor bastante para verme... Al fin me vi... ¡Horripilante figura! Era yo como una ánfora jorobada, de corto cuello y asas muy grandes. El corte del pescuezo me recordaba los modelos en cera o pasta que yo había visto mil veces en Museos anatómicos.
Mandé traer un coche, porque me aterraba la idea de ser visto en la calle, y de que me siguieran los chicos, y de ser espanto y chacota de la muchedumbre. Me metí con rápido movimiento en la berlina. El cochero no advirtió nada, y durante el trayecto nadie se fijó en mí.
Tuve la suerte de encontrar a Miquis en su despacho, y me recibió con la cortesía graciosa de costumbre, disimulando con su habilidad profesional el asombro que debí causarle.
-Ya ves, querido Augusto -le dije, dejándome caer en un sillón-, ya ves lo que me pasa...
-Sí, sí -replicó frotándose las manos y mirándome atentamente-: ya veo, ya... No es cosa de cuidado.
-¡Que no es cosa de cuidado!
-Quiero decir... Efectos del mal tiempo, de este endiablado viento frío del Este...
-¡El viento frío es la causa de...!
-¿Por qué no?
-El problema, querido Augusto, es saber si me la han cortado violentamente o me la han sustraído por un procedimiento latroanatómico, que sería grande y pasmosa novedad en la historia de la malicia humana.
Tan torpe estaba aquel día el agudísimo doctor, que no me comprendía. Al fin, refiriéndole mis angustias, pareció enterarse, y al punto su ingenio fecundo me sugirió ideas consoladoras.
-No es tan grave el caso como parece -me dijo- y casi, casi, me atrevo a asegurar que la encontraremos muy pronto. Ante todo, conviene que te llenes de paciencia y calma. La cabeza existe. ¿Dónde está? Ése es el problema.
Y dicho esto, echó por aquella boca unas erudiciones tan amenas y unas sabidurías tan donosas, que me tuvo como encantado más de media hora. Todo ello era muy bonito; pero no veía yo que por tal camino fuéramos al fin capital de encontrar una cabeza perdida. Concluyó prohibiéndome en absoluto la continuación de mis trabajos sobre la Aritmética filosófico-social, y al fin, como quien no dice nada, se dejó caer con una indicación, en la que al punto reconocí la claridad de su talento.
¿Quién tenía la cabeza? Para despejar esta incógnita convenía que yo examinase en mi conciencia y en mi memoria todas mis conexiones mundanas y sociales. ¿Qué casas y círculos frecuentaba yo? ¿A quién trataba con intimidad más o menos constante y pegajosa? ¿No era público y notorio que mis visitas a la Marquesa viuda de X... traspasaban, por su frecuencia y duración, los límites a que debe circunscribirse la cortesía? ¿No podría suceder que en una de aquellas visitas me hubiera dejado la cabeza, o me la hubieran secuestrado y escondido, como en rehenes que garantizara la próxima vuelta?
Me dio tanta luz esta indicación, y tan contento me puse, y tan claro vi el fin de mi desdicha, que apenas pude mostrar al conspicuo Doctor mi agradecimiento, y abrazándole, salí presuroso. Ya no tenía sosiego hasta no personarme en casa de la Marquesa, a quien tenía por autora de la más pesada broma que mujer alguna pudo inventar.
- VI -
La esperanza me alentaba. Corrí por las calles, hasta que el cansancio me obligó a moderar el paso. La gente no reparaba en mi horrible mutilación, o si la veía, no manifestaba gran asombro. Algunos me miraban como asustados: vi la sorpresa en muchos semblantes, pero el terror no.
Me dio por examinar los escaparates de las tiendas, y para colmo de confusión, nada de cuanto vi me atraía tanto como las instalaciones de sombreros. Pero estaba de Dios que una nueva y horripilante sorpresa trastornase mi espíritu, privándome de la alegría que lo embargaba y sumergiéndome en dudas crueles. En la vitrina de una peluquería elegante vi...
Era una cabeza de caballero admirablemente peinada, con barba corta, ojos azules, nariz aguileña... era, en fin, mi cabeza, mi propia y auténtica cabeza... ¡Ah! cuando la vi, la fuerza de la emoción por poco me priva del conocimiento... Era, era mi cabeza, sin más diferencia que la perfección del peinado, pues yo apenas tenía cabello que peinar, y aquella cabeza ostentaba una espléndida peluca.
Ideas contradictorias cruzaron por mi mente. ¿Era? ¿No era? Y si era, ¿cómo había ido a parar allí? Si no era, ¿cómo explicar el pasmoso parecido? Dábanme ganas de detener a los transeúntes con estas palabras: «Hágame usted el favor de decirme si es esa mi cabeza.»
Me ocurrió que debía entrar en la tienda, inquirir, proponer, y por último, comprar la cabeza a cualquier precio... Pensado y hecho; con trémula mano abrí la puerta y entré... Dado el primer paso, me detuve cohibido, recelando que mi descabezada presencia produjese estupor y quizás hilaridad. Pero una mujer hermosa, que de la trastienda salió risueña y afable, me invitó a sentarme, señalando la más próxima silla con su bonita mano, en la cual tenía un peine.


            1.- Preguntas de comprensión:
            a) ¿Cuál es el horrible caso al que se alude en la línea inicial del cuento?
            b) ¿Cómo reacciona el ayudante de cámara del protagonista cuando lo ve por primera vez sin cabeza? ¿Qué otras personas lo ven? ¿Cómo actúan?
          c) ¿Qué explicación le da a la desaparición de su cabeza en los primeros párrafos? ¿Y después, qué cree que le ha pasado? ¿Dónde la encuentra?
d) Aparte del hecho de perder la cabeza, qué otros elementos te resultan inverosímiles en el relato.
            e) ¿Qué opinión tiene el narrador de su amigo Miquis?
            f) ¿Con qué se identifica cuando se ve en un espejo de su casa?
            g) Tipo de narrador. ¿A qué se dedica? ¿Situación económica? ¿Relaciones amorosas?
            h) ¿Qué explicación le das al final del relato?
           
            2.- Opinión personal sobre el relato (mínimo cinco líneas).
                       
3.- Lee, comprende y esquematiza las características del Realismo español (Pág. 185).

4.- Comenta estas características en relación a este cuento. ¿Se cumplen? Justifica tus respuestas.

5.- Busca en el diccionario las palabras destacadas y escribe su significado en el olvidado “diccionario” de tu cuaderno de clase.

viernes, 4 de noviembre de 2011

CONTENIDOS FUNDAMENTALES PARA EL PRIMER EXAMEN



-          Ortografía:
o        Reglas de acentuación.
o        Diptongos e hiatos.

Ejercicios del tipo:
- División silábica de las siguientes palabras y explicación del uso de la tilde en cada caso (lleven tilde o no).

-          Sintaxis:
o        La oración simple: clasificación y complementos verbales.

Ejercicios del tipo:
a)     Escribe oraciones con la siguiente estructura.
b)     Preguntas teóricas, entre otras muchas posibles:
                                                                                      i.      ¿Qué es un Pred. N.?
                                                                                    ii.      Oraciones pasivas, características y ejemplos.
                                                                                  iii.      Sustituye el CI de estas oraciones.
                                                                                   iv.      Clasificación de oración simple según el pred.
                                                                                     v.      Los complementos verbales.
                                                                                   vi.       
c)     Análisis sintáctico pormenorizado.
d)     Función sintáctica de los sintagmas subrayados.

-          El texto.
o        Definición y características.
o        Marcadores textuales.
o        Ejercicios de comprensión y expresión.

-          Morfología.
o        Tipos de palabras.
o        Tipos de perífrasis verbales.



miércoles, 2 de noviembre de 2011

Somos 7000 millones

Acabamos de rebasar en el planeta Tierra los 7000 millones de habitantes. En la siguiente página, 
encontrarás un interesantísimo reportaje y muchos artículos de opinión.

Actividades voluntarias:
Observa las imágenes que se muestran en este reportaje. Después, elige una de ella y descríbela utilizando tus palabras; para ello es útil que leas el pie de foto que las acompaña. Para terminar, escribe un texto dando tu opinión sobre la foto y relacionándolo con la noticia de partida.


Fecha límite de entrega: Viernes, 11 de noviembre de 2011.

Nota: Como se expresa más arriba son actividades voluntarias.
            Se pueden entregar directamente al profesor en las horas de clase o enviar a su correo electrónico.

Recursos literarios




                Definición: También se denominan figuras literarias o recursos retóricos. Son aquellos procedimientos lingüísticos o estilísticos que se alejan del estilo habitual para buscar mayor expresividad al lenguaje.

                Se pueden realizar distintas clasificaciones. Nosotros los vamos a dividir en tres grandes grupos:
a)       Figuras o recursos fónicos.
b)       Figuras o recursos gramaticales.
c)        Figuras o recursos semánticos.


a)        RECURSOS FÓNICOS
- Aliteración.
- Onomatopeya.
- Paronomasia.

ALITERACIÓN
Repetición de un sonido o grupo de sonidos, de una manera clara, en un verso, una estrofa o una frase, con el objetivo de transmitir una sensación.

El ruido con que ronca la ronca tempestad.     (José Zorrilla)


ONOMATOPEYA
Se produce cuando la aliteración pretende imitar sonidos o ruidos de la realidad.

En el silencio sólo se escuchaba
Un susurro de abejas que sonaba.         (Garcilaso de la Vega)


PARONOMASIA
Uso de palabras de pronunciación muy parecida que, al combinarse, originan sorprendentes modificaciones del significado.

Presa del piso, sin prisa,
Pasa una vida de prosa.         (Miguel de Unamuno)





b) RECURSOS GRAMATICALES
               

- Anáfora.
                - Anadiplosis.
                - Epanadiplosis.
                - Asíndeton.
                - Polisíndeton.
                - Elipsis.
                - Enumeración.
                - Hipérbaton.
                - Paralelismo.
                - Perífrasis.
                - Pleonasmo.
                - Reduplicación.
                - Quiasmo.



ANÁFORA
Repetición de una o más palabras al principio de un verso o de una frase.

Dime, dime el secreto de tu corazón virgen
dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra.      (Vicente Aleixandre)


ANADIPLOSIS
Repetición de una o más palabras al final de un verso o frase, y al principio del siguiente.

Y su sangre ya viene cantando;
cantando por marisma y praderas.                      (Lorca)                   


EPANADIPLOSIS
                Repetición de una o más palabras al principio y al final de un mismo verso o frase.

Verde que te quiero verde.                   (Lorca)


ASÍNDETON
Omisión deliberada, con fines rítmicos o estéticos, de los enlaces que unen palabras u oraciones.

Acude, corre, vuela,
traspasa el alta sierra, ocupa el llano.        (Fray Luis de León)


POLISÍNDETON
Reiteración o multiplicación de los nexos conjuntivos.

Hay un palacio y un río,                
y un lago y un puente viejo...      (Juan Ramón Jiménez)


ELIPSIS
Supresión de alguno de los elementos de una frase.

Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo:
por un beso ... ¡Yo no sé qué te diera por un beso!      (Gustavo Adolfo Bécquer)


ENUMERACIÓN
Acumulación de palabras para describir un lugar, un objeto...

El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu, son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas...
(Miguel de Cervantes)


HIPÉRBATON
Consiste en alterar el orden normal de las palabras en un enunciado.

Era del año la estación florida...      (Luis de Góngora)


PARALELISMO
Repetición de una misma estructura a lo largo de dos o más versos, enunciados, etc.

Los suspiros son aire y van al aire,
las lágrimas son agua y van al mar...     (Bécquer)


PERÍFRASIS
Rodeo para expresar algo que se puede decir de una manera más breve.
... y a toda prisa entraba el claro día. (amanecía).    (Alonso de Ercilla)


                PLEONASMO
Utilización de palabras innecesarias para intensificar la sensación que quiere expresarse.

Temprano madrugó la madrugada...    (Miguel Hernández)


REDUPLICACIÓN
Repetición inmediata de una palabra.

Me voy, me voy, me voy, pero me quedo.      (Miguel Hernández)


QUIASMO
Consiste en colocar los elementos de la oración en posición cruzada, a menudo para expresar conceptos antitéticos.

¿En dónde empezaba?
¿Acababa en dónde?                                                           (Pedro Salinas)


c) RECURSOS SEMÁNTICOS

- Antítesis.
- Apóstrofe.
- Comparación.
- Epíteto.
- Hipérbole.
- Ironía.
- Metáfora.
- Metonimia.
- Paradoja.
- Prosopopeya.
- Sinestesia.



ANTÍTESIS O CONTRASTE
Consiste en contraponer dos palabras o ideas de significado contrario.

 Y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.     (Juan Boscán)

Yo velo cuando tú duermes, yo lloro cuando tú cantas. (Cervantes)


APÓSTROFE
Invocación a una persona o a un ser inanimado.

Para y óyeme, ¡oh sol!, yo te saludo.       (Espronceda)


COMPARACIÓN O SÍMIL
Relación de semejanza entre un término real y otro imaginado que aparecen unidos por una partícula.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como el pájaro duerme en las ramas!   (Gustavo Adolfo Bécquer)


EPÍTETO
Adjetivo explicativo, innecesario y que destaca una cualidad que ya está implícita en el nombre al que acompaña; suele ir antepuesto.

Por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa...              (Garcilaso de la Vega).


HIPÉRBOLE
Exageración de la realidad, destinada a engrandecer o empequeñecer el concepto que se expresa.

 La cama tenía en el suelo y dormía por lado por no gastar las sábanas. (Quevedo)


IRONÍA 
Afirma lo contrario de lo que se quiere dar a entender.

Comieron una comida eterna, sin principio ni fin.    (Quevedo)




METÁFORA
Identificación   de   dos   términos,   uno   real   y otro   imaginario.   Esta identificación se fundamenta en la semejanza entre ambos términos.

Ríanse las fuentes
tirando perlas     (=gotas de agua)
a las florecillas
que están más cerca.                (Lope de Vega)


METONIMIA
Sustitución del nombre de una cosa por el de otra con la que guarda una relación de proximidad.

Un Picasso (en lugar de un cuadro de Picaso)
Una forma especial es la sinécdoque, que consiste en nombrar la parte por el todo o el todo por la parte:  
conceder la mano; cabeza (por hombre).


PARADOJA
Formulación de una contradicción aparente.

Muriendo naces y viviendo mueres.       (Quevedo)


PROSOPOPEYA (PERSONIFICACIÓN)
Atribución de cualidades humanas a seres inanimados.

 La noche llama temblando al cristal de los balcones...            (Federico García Lorca)


SINESTESIA
Atribución de las cualidades propias de un sentido a otro.

Cuando el silencio clarea se escuchan los oscuros presagios.       (Mía Couto)
¡Qué tranquilidad violeta!                                                                   (Juan Ramón Jiménez)



viernes, 3 de junio de 2011

Resumen y comentario. ¿No oyes ladrar a los perros?

ACTIVIDADES. Comentario de texto dirigido.

1.- Resumen:
a) Haz un resumen en unas siete o diez líneas.
b) Ídem de unas tres líneas.
c) Ídem de una línea; es decir, cuál es el tema.

2.- Opinión personal:
      a) Enumeración de aspectos de los que puedes escribir.
      b) Esquema ordenado sobre los aspectos que vas a tratar.
      c) Redacción. Consejos:
- Intenta ser claro y ordenado.
- Trata de evitar repeticiones innecesarias;
- Usa correctamente comas y puntos.
- Repasa la ortografía.


Aquí tenéis el cuento completo de Juan Rulfo. Lo podéis encontrar también, por ejemplo, en esta página: http://www.literatura.us/rulfo/perros.html

¿No oyes ladrar a los perros?
—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
—No se ve nada.
—Ya debemos estar cerca.
—Sí, pero no se oye nada.
—Mira bien.
—No se ve nada.
—Pobre de ti, Ignacio.
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
—Me estoy cansando.
—Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.
—¿Cómo te sientes?
—Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:
—¿Te duele mucho?
—Algo —contestaba él.
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Pero nadie le contestaba.
El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
Y el otro se quedaba callado.
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
—Éste no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio?
—Bájame, padre.
—¿Te sientes mal?
—Sí.
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
—Te llevaré a Tonaya.
—Bájame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Quiero acostarme un rato.
—Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí.
La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: "¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!". Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente...Y gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: "Ese no puede ser mi hijo."
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo.
—No veo nada.
—Peor para ti, Ignacio.
—Tengo sed.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo.
Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
—Dame agua.
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
—¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: "No tenemos a quién darle nuestra lástima ". ¿Pero usted, Ignacio?
Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.