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viernes, 12 de febrero de 2016

Textos Generación del 98 y Modernismo.


Actividades

            Lee con detenimiento y contesta las siguientes preguntas. Para responder sólo debes de consultar lo visto en clase, no Internet (en el examen no tendrás conexión ;)).

1.- Si es un texto literario aporta su género literario; si no lo es, señala la tipología textual. Justifica siempre.

2.- Autor y justificación.

3.- Movimiento literario y justificación.

4.- Explica con tus palabras el contenido.

5.- Señala algunos rasgos formales: métrica, recursos retóricos…

 
TEXTO 1

«¡Mi amor adorado, estoy muriéndome y sólo deseo verte!»

¡Ay! Aquella carta de la pobre Concha se me extravió hace mucho tiempo. Era llena de afán y de tristeza, perfumada de violetas y de un antiguo amor. Sin concluir de leerla, la besé.

Hacía cerca de dos años que no me escribía, y ahora me llamaba a su lado con súplicas dolorosas y ardientes. Los tres pliegos blasonados traían la huella de sus lágrimas, y la conservaron largo tiempo. La pobre Concha se moría retirada en el viejo Palacio de Brandeso, y me llamaba suspirando. Aquellas manos pálidas, olorosas, ideales, las manos que yo había amado tanto, volvían a escribirme como otras veces. Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Yo siempre había esperado en la resurrección de nuestros amores. Era una esperanza indecisa y nostálgica que llenaba mi vida con un aroma de fe: Era la quimera del porvenir, la dulce quimera dormida en el fondo de los lagos azules, donde se reflejan las estrellas del destino. ¡Triste destino el de los dos!

El viejo rosal de nuestros amores volvía a florecer para deshojarse piadoso sobre una sepultura.

¡La pobre Concha se moría!

 

TEXTO 2

A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

 

TEXTO 3

DON LATINO.- ¡Estás completamente curda!

MAX.-Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de lavida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.

DON LATINO.-¡Miau! ¡Te estás contagiando!

MAX.-España es una deformación grotesca de la civilización europea.

DON LATINO.-¡Pudiera! Yo me inhibo.

MAX.-Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.

DON LATINO.-Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.

MAX.-Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética

actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.

DON LATINO.- ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!

MAX.-Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.

DON LATINO.-Nos mudaremos al callejón del Gato.

 

TEXTO 4
Nadie en el pueblo quiso creer en la muerte de don Manuel; todos esperaban verle a diario, y acaso le veían pasar a lo largo del lago y espejado en él o teniendo por fondo la montaña; todos seguían oyendo su voz, y todos acudían a su sepultura, en torno a la cual surgió todo un culto. Los endemoniados venían ahora a tocar la cruz de nogal, hecha también por sus manos y sacada del mismo árbol de donde sacó las seis tablas en que fue enterrado. Y los que menos queríamos creer que se hubiese muerto éramos mi hermano Lázaro y yo.

Él, Lázaro, continuaba la tradición del santo y empezó a redactar lo que le había oído, notas que me han servido para esta mi memoria.

- Él me hizo un hombre nuevo, un verdadero Lázaro, un resucitado –me decía-. Él me dio fe.

-    ¿Fe? – le interrumpía yo.

- Sí, fe, fe en el consuelo de la vida, en el contento de la vida. Él me curó de mi progresismo. Porque hay, Ángela, dos clases de hombres peligrosos y nocivos: los que, convencidos de la vida de ultratumba, de la resurrección de la carne, atormentan, como inquisidores que son, a los demás, para que, despreciando esta vida como transitoria, se ganen la otra, y los que, no creyendo más que en ésta…

- Como acaso tú… -le decía yo.

- Y sí, y como don Manuel. Pero no creyendo más que en este mundo esperan no sé qué sociedad futura y se esfuerzan en negarle al pueblo el consuelo de creer en otro…

- De modo que…

De modo que hay que hacer que vivan de la ilusión.

 

         TEXTO 5

Rubén Darío en cuatro momentos

La trayectoria del poeta está marcada por la publicación de 'Azul', su encuentro con Paul Verlaine y Jean Moréas en París, su visita a España y su breve autobiografía


1. 1888. Azul… se publica en Valparaíso. Darío manda un ejemplar a Juan Valera, quien, atónito, lo elogia en Los Lunes de El Imparcial. Pese al “galicismo mental” que impregna el librito, muy en deuda con Víctor Hugo, no se trata en absoluto de un pastiche. “Usted es usted con gran fondo de originalidad y de originalidad muy extraña”, sentencia. No cree capaz de tal hazaña a ningún poeta actual de la madre patria, pues ¿no es cierto que “todos tenemos un fondo de españolismo que nadie nos arranca ni a veinticinco tirones”? “Cada composición”, sigue, “parece un himno sagrado a Eros”. A Eros en clave francesa: el joven nicaragüense escribe como si hubiera nacido en pleno Quartier Latin. Es un portento.

2. 1893. ¡Por fin el París soñado, capital mundial del goce! Serán los dos meses más intensos de su vida de poeta y periodista caminante. Es, sobre todo, el encuentro personal con Paul Verlaine (“Raras veces ha mordido cerebro humano con más furia y ponzoña la serpiente del sexo”), el poeta griego Jean Moréas (...). Vuelve a sus lares cargado de libros, revistas, anécdotas. Y van naciendo las viñetas que integrarán Los raros, cuya segunda edición (1905) tanto influirá en su mejor discípulo, el incipiente Federico García Lorca (máxime sendos esbozos de Verlaine y del sedicente y enigmático Conde de Lautréamont, autor de Los cantos de Maldoror). Las dos décadas que pasará luego en París no podrán erradicar las primeras impresiones de la ciudad, inmarcesibles.

Si en Barcelona encuentra  industria, civismo —¡e independentismo!—, Madrid huele a “organismo descompuesto”

3. 1899. Segunda visita a España, con el encargo de contar para La Nación de Buenos Aires la situación del país tras el “desastre” del año anterior. Si en Barcelona encuentra animación, industria, civismo —¡e independentismo!—, Madrid, donde pululan los mendigos, los haraposos soldados repatriados y la prostitución infantil, huele a “organismo descompuesto”. Allí nadie sabe nada de lo que pasa fuera ni le importa, ni lee nada, ni adquiere un libro, ni aprende otro idioma. La “verbosidad nacional” se desborda “por cien bocas y plumas de regeneradores improvisados”. Los editores no pagan anticipos. Unamuno habla de “erial”, la vocación pedagógica no existe, y, lo más terrible, “todo se toma a guasa”. Las crónicas, dolidas y devastadoras, se reunirán dos años después en España contemporánea.

4. 1912. Escribe, y luego publicará, una breve autobiografía: meros “apuntamientos” que espera ampliar más adelante. Pero no habrá tiempo. Hay llamativas reticencias (relativas, especialmente, a su trágico segundo matrimonio). Considera que ha sido fructífero su liderazgo del movimiento poético modernista, consolidado con Prosas profanas y Cantos de vida y esperanza. Los jóvenes le han escuchado a ambos lados del Atlántico, ahora les toca ser ellos. Ironiza sobre sus peripecias diplomáticas, lamenta su vitalicia penuria. Juzga inminente una atroz conflagración mundial. Por si fuera poco, París, cada vez más americanizado, ya no es como antes. Reconoce que depende en demasía del alcohol para combatir su “horror fatídico de la muerte”, y quizás intuye que ésta se acerca. Al arrancar la Gran Guerra se despide de España para siempre, ya víctima de la cirrosis que dos años después le llevará a la tumba.

        
TEXTO 6

SONATINA

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de *Golconda o de China,           

o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa  de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
—la princesa está pálida, la princesa está triste—,
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el *azor,              *azor: ave rapaz diurna
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».

 

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